Reconocer en Jesús el modelo para responder al llamado amoroso de Dios
•¿Qué
has escuchado,
visto y experimentado de
Jesús, el hijo de Dios?
•El Bautismo es el primer momento de la
iniciación a la vida cristiana.
•La vida del hombre tiene su origen y su
destino final en Dios; nos hiciste para ti... decía san Agustín.
•Por este sacramento el creyente
acepta,
celebra y se compromete a ser hijo de Dios.
•Una
vez que ha sido insertado en la vida trinitaria, el cristiano realiza su ser en
esa dimensión trinitaria; todo lo que hace lo realiza en su calidad de imagen
de Dios,
de manera que todas sus actitudes y acciones ponen en evidencia la familia a la
que pertenece.
(Jn 13,34).
En
esto consiste el amor, en que Dios nos amó primero (1 Jn 4,10).
Por
eso el amor a Dios se manifiesta como algo real y palpable en la medida en que
se da el amor a los hermanos que construye una nueva humanidad.
Jesús
es camino, medio, manera de llegar a nuestro destino que es el Padre. Este caminar se da en la verdad, es decir, en
la fidelidad.
La
fidelidad en la amistad, en el amor conyugal, a la palabra dada, a los
compromisos contraídos; la fidelidad a la conciencia, a la propia vocación
etc., son formas muy concretas de vivir la verdad de Dios y la verdad del
hombre.
La grandeza del llamado (Ex
3, 5).
Si
lo reflexionas un poco, descubrirás que la vocación es un misterio grande.
Por un lado, sobrepasa tus capacidades. Pero por otro lado, pertenece solo a
Dios. Cualquiera que sea tu vocación tiene su sentido y clave en significar
de algún modo el misterio de Dios, el amor de Dios.
•El seguir a Jesús nos invita a humanizarnos.
•Entrar
en los terrenos de Dios supone la disponibilidad para percibir la realidad
desde otros puntos de vista.
El
llamado de Dios implica un cambio de vida y sobre todo un nuevo modo de ver la
vida, iluminado por la Palabra que te vivifica. (Filip. 3,8).
•Fíjate
que en el fondo de esta valoración nueva de las cosas está el amor. Cuando
amas, todo lo demás comienza a girar en torno a ese amor.